En una tarde sombría y lluviosa, Alma, una cazadora de libros especializada en preservar las reliquias literarias del pasado, se encontraba sentada en la penumbra de su rincón preferido en el «Extranjero Café». Su mirada penetrante se perdía en la ventana empañada, mientras el aroma del café chiapaneco se mezclaba con el murmullo de las conversaciones que llenaban el lugar. Las sombras danzaban en las paredes a medida que la luz se desvanecía en el exterior, y un ambiente melancólico envolvía el pequeño café.
Alma estaba inquieta, esperando con impaciencia a su contacto misterioso, quien prometió revelarle la ubicación de una legendaria biblioteca escondida en una mansión antigua y olvidada. Aquella biblioteca, según los rumores, albergaba una colección única de libros que se creía perdida para siempre, una colección que contenía secretos oscuros y sabidurías olvidadas.
El «Extranjero» era el lugar perfecto para encuentros como este. La atmósfera del café, cargada de misterio y nostalgia, le recordaba a Alma los viejos tiempos de exploración y descubrimiento literario. Aquí, en este rincón de sombras, había hecho tratos y adquirido ejemplares únicos que la habían llevado a lo más profundo de la literatura.
Mientras esperaba, Alma se perdió en sus pensamientos, recordando las historias que había escuchado sobre la biblioteca. Las leyendas contaban que sus tomos contenían conocimientos prohibidos y secretos ocultos que podían cambiar el destino de aquel que los descubriera. Las historias susurraban que la biblioteca estaba custodiada por sombras que protegían sus secretos de miradas indiscretas.
La hora acordada para la reunión había llegado y pasado, pero el contacto de Alma no aparecía. El reloj de pared, cuyo tic-tac marcaba el paso incesante del tiempo, le recordaba su espera infructuosa. El temor comenzó a invadir a Alma, quien comenzó a preguntarse si había sido engañada, si todo había sido una farsa.
La cafeína recorría sus venas mientras Alma pensaba en su búsqueda obsesiva de la biblioteca perdida. Su corazón latía con fuerza mientras se cuestionaba si algún día encontraría esos tesoros literarios y si valdría la pena desenterrar los secretos que albergaban.
Con un suspiro, Alma se levantó de su asiento y dejó unas monedas sobre la mesa. Su figura se desvaneció en la oscuridad del café, como un fantasma que se pierde en la bruma de la noche. Las sombras del «Extranjero» la envolvieron, ocultando su figura mientras salía a la calle empapada por la lluvia. El eco de su partida se perdió en el silencio, y el café volvió a sumirse en su melancolía habitual, custodiando los secretos de los cazadores de libros en su interior.